Son años complicados, donde el trabajo y la familia me han despegado mucho de una de mis devociones, de una de las cosas que más me gusta y de una de las cosas que me dá la vida: La Semana Santa.
Este año, si Dios quiere, será el tercero en volver a vestir la túnica, después de tantos y tantos años bajo aquella bendita cuarta trabajadera en donde tantos sentimientos y fuerza se derrochó bajo el Moreno de la Plata. Aquella trabajadera que me enseñó que existe mucha gente que cree y que se rompe su espalda por ser Cirineo de Misericordia. Me acuerdo en estos días de tantas personas, Hermanos y amigos que me enseñaron a ser Costalero de Misericordias, que me enseñaron a ser Hermano Costalero de una devoción que cada año sube aún más si cabe. Me acuerdo de tantos que nombrarlos y que se me olvide alguno sería una grosería.
Pero los tiempos cambian y vuelvo nuevamente a los inicios, a la bendita túnica nazarena, donde el recogimiento y la pasión se convierten en fé viva.
La túnica que desde que la volví a vestir la viste también mi tesoro, mi hijo, el cual se va haciendo mayor y me va enseñando mucho de la vida cuando creía que lo sabía todo. Ese que hace que cada mañana me levante con las ganas de comerme el mundo y el que me tiene el sentido perdido. Es único y especial y sabe ganarse mi corazón. El ha antepuesto sus ideas a todo y quiere acompañar a su padre en la Estación de Penitencia y eso, .... eso es Penitencia de verdad, eso es Hermandad, eso es CORAZÓN.
Pero el día antes, volveré a vestir el bendito hábito en mi Hermandad del Perdón, esa que me ha traído serenidad, calma, saber escuchar y encontrar un camino que creía perdido.
Nuevamente, pajaritos comienzan a revolotear en mi estómago, igual que cuando allá por 1983 comencé esta loca andadura por el mundo cofrade que todavía me tiene loco.
A 70 días del Domingo de Ramos, arrancamos una nueva historia.